García
Lorca, Federico (1898-1936), poeta y dramaturgo
español; es el escritor de esta nacionalidad más
famoso del siglo XX y uno de sus artistas
supremos. Su asesinato durante los primeros días
de la Guerra Civil española hizo de él una víctima
especialmente notable del franquismo, lo que
contribuyó a que se conociera su obra. Sin
embargo, sesenta años después del crimen, su
valoración y su prestigio universal permanecen
inalterados.
Nació en Fuente Vaqueros (Granada), en el seno
de una familia de posición económica desahogada.
Estudió bachillerato y música en su ciudad
natal y, entre 1919 y 1928, vivió en la
Residencia de Estudiantes, de Madrid, un centro
importante de intercambios culturales donde se
hizo amigo del pintor Salvador Dalí, del
cineasta Luis Buñuel y del también poeta Rafael
Alberti, entre otros, a quienes cautivó con sus
múltiples talentos. Viajó a Nueva York y Cuba
en 1929-30. Volvió a España y escribió obras
teatrales que le hicieron muy famoso. Fue
director del teatro universitario La Barraca,
conferenciante, compositor de canciones y tuvo
mucho éxito en Argentina y Uruguay, países a
los que viajó en 1933-34. Sus posiciones
antifascistas y su fama le convirtieron en una víctima
fatal de la Guerra Civil española, en Granada,
donde le fusilaron.
Obra poética
Sus primeros poemas quedaron recogidos en Libro
de poemas, de 1921, una antología que tiene
grandes logros. En 1922 organizó con el
compositor Manuel de Falla, el primer festival de
cante jondo (Véase Flamenco), y ese mismo año
escribió precisamente el Poema del cante jondo,
aunque no lo publicaría hasta 1931. El Primer
romancero gitano, de 1928, es un ejemplo genial
de poesía compuesta a partir de materiales
populares, y ofrece una Andalucía de carácter mítico
por medio de unas metáforas deslumbrantes y unos
símbolos como la luna, los colores, los caballos,
el agua, o los peces, destinados a transmitir
sensaciones donde el amor y la muerte destacan
con fuerza.
Tras los Poemas en prosa, escribió en Nueva York
un gran ciclo profético y metafísico en el que
el autor apuesta por los oprimidos, sin dejar de
sacar a relucir sus obsesiones íntimas. El ciclo
iba a constar de dos libros, Poeta en Nueva York,
escrito entre 1929 y 1930, pero que no se publicó
hasta 1940, y Tierra y Luna, del que algunos
poemas fueron incluidos en Diván del Tamarit,
concluido en 1934, aunque también se publicó póstumamente.
Calificados muchas veces de surrealistas, los
poemas de esa obra clave de García Lorca que es
Poeta en Nueva York, expresan el horror ante la
falta de raíces naturales, la ausencia de una
mitología unificadora o de un sueño colectivo
que den sentido a una sociedad impersonal,
violenta y desgarrada. Por su parte, los
incompletos Sonetos del amor oscuro, escritos
durante una temporada en Nueva Inglaterra (Estados
Unidos), expresan una desesperación más
personal y constituyen unas muestras admirables
de erotismo, que sólo recientemente han sido
dadas a conocer.
Otro importante poema de Lorca, dentro de la línea
del neopopulismo, es el Llanto por Ignacio Sánchez
Mejías, de 1935, una elegía compuesta al morir
ese torero intelectual, amigo de muchos de los
poetas de la generación de Lorca. Mientras que
los Seis poemas galegos, del mismo año,
consiguen trascender las referencias populares
evidentes.
Teatro
El teatro de Lorca es, junto al de Valle-Inclán,
el más importante escrito en castellano durante
el siglo XX. Se trata de un teatro de una gama
muy variada con símbolos o personajes fantásticos
como la muerte y la Luna, lírico, en ocasiones,
con un sentido profundo de las fuerzas de la
naturaleza y de la vida.
Entre sus farsas, escritas de 1921 a 1928,
destacan Tragicomedia de don Cristóbal y
Retablillo de don Cristóbal, piezas de guiñol,
y sobre todo La zapatera prodigiosa, una obra de
ambiente andaluz que enfrenta realidad e
imaginación. También pertenece a la categoría
de farsa Amor de don Perlimplín con Belisa en su
jardín. De 1930 y 1931 son los dramas
calificados como "irrepresentables", El
público y Así que pasen cinco años, obras
complejas con influencia del psicoanálisis, que
ponen en escena el mismo hecho teatral, la
revolución y la homosexualidad, a partir de un
complejo sistema de correspondencias.
Dos tragedias rurales son Bodas de sangre, de
1933, y Yerma, de 1934, donde se aúnan mitología,
mundos poéticos y realidad. En Doña Rosita la
soltera, de 1935, aborda el problema de la
solterona española, algo que también aparece en
La casa de Bernarda Alba, concluida en junio de
1936, y que la crítica suele considerar la obra
fundamental de Lorca. Al comienzo de su carrera
también había escrito dos dramas modernistas,
El maleficio de la mariposa (1920) y Mariana
Pineda (1927).
El mundo de García Lorca supone una capacidad
creativa, poder de síntesis y facultad natural
para captar, expresar y combinar la mayor suma de
resonancias poéticas, sin esfuerzo aparente, y
llegar a la perfección, no como resultado de una
técnica conseguida con esfuerzo, sino casi de
golpe. La variedad de formas y tonalidad resulta
deslumbrante, con el amor, presentado en un
sentido cósmico y pansexualista, la esterilidad,
la infancia y la muerte como motivos
fundamentales.
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HERIDO
DE AMOR
Amor, amor
Que está herido.
Herido de amor huido;
herido,
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Bisturí de cuatro filos,
garganta rota y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy mal herido,
herido de amor huido,
¡herido!,
¡muerto de amor!
ROMANCERO GITANO (1924- 1927)
ROMANCE DE LA LUNA, LUNA
La luna vino a la fragua
Con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
-Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
habrían con tu corazón
collares y anillos blancos.
- Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el
yunque
con los ojillos cerrados.
-Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
-Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.
el jinete se acercaba
tocando el tambor del
llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los
gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay, como canta en el árbol!
por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.
PRECIOSA Y EL AIRE
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y
canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros
duermen
guardando las blancas
torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse
glorietas de caracoles y
ramas de pino verde.
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.
-Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerte.
El viento-hombrón la
persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantas las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡ Preciosa, corre,
preciosa, Preciosa,
que te coge el viento
verde!
¡Preciosa, corre,
Preciosa!
¡Míralo por donde viene!
Sántiro de estrellas
bajas
con sus lenguas
relucientes.
Preciosa, llena de miedo,
entre en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta,
llorando,
su aventura de aquella
gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.
REYERTA
En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Angeles negros traían
pañuelos de agua y de
nieve.
Angeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de
Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las
sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.
El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
-Señores guardias civiles:
aquí paso lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.
La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los
muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire de poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.
ROMANCE SONÁMBULO
Verde que te quiero verde.
verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre el mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la
cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están
mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de
escarcha
vienen con el pez de
sombra
que abre e camino del alba.
La higiene frota su viento
con lija de sus ramas,
y el monte, el gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
Pero ¿quién vendrá? ¿Y
por donde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
-Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
-Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo.
ni mi casa es ya mi casa.
-Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de
holanda.
¿No ves la herida que
tengo
desde el pecho a la
garganta
-Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
-Dejadme
subir al menos
hasta las altas barandas;
¡dejadme subir!, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de
sangre.
Dejando un rastro de
lagrimas.
Temblando en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
verde viento verde ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca de un raro
gusto
de hiel, y de menta y de
albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está,
dime,
dónde está tu niña
amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¿Cuántas veces te
esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con los ojos de fría
plata.
Un carámbalo de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles,
borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento, verdes ramas.
El barco sobre el mar.
Y el caballo en la montaña.
LA MONJA GITANA
Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas
finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.
Vuelan en la araña gris
siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo
lejos
como un oso panza arriba.
¡Qué bien borda! ¡Con
qué gracia!
Sobre la tela pajiza
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué
magnolia
de lentejuelas y cintas!
¡Qué azafranes y qué
lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo
le despega la camisa,
y, al mirar nubes y montes
en las yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡Oh, qué llanura
empinada
con veinte soles
arriba!
¡Qué ríos puestos de
pie
vislumbra su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la
brisa,
la luz juega el ajedrez
alto de la celosía.
LA CASADA INFIEL
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los
grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus
cepas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quite la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapan
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montando en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por
hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la levé al río.
Con el aire se batían
las espaldas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costutero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
ROMANCE DE LA PENA NEGRA
Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus
pechos,
gimen canciones redondas.
-Soledad, ¿Por quien
preguntas
sin compañía y a estas
horas?
-Pregunte por quien
pregunte,
dime: ¿a ti quése te
importa?
Vengo a buscar lo que
busco,
mi alegría y mi persona.
-Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
-No me recuerdes el mar
que la pena negra brota
en las tierras de la
aceituna
bajo el rumor de las hojas.
-¡Soledad, qué pena
tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
-¡Qué pena tan grande!
Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el
suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy
poniendo
de azabache carne y roja.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de
amapola!
-Soledad, lava tu cuerpo
con agua de alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!
PRENDIMIENTO DE ANTOÑITO
EL CAMBORIO EN EL CAMINO DE SEVILLA
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los
toros.
Moreno de verde luna
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos.
A la mitad del camino
cortó limones redondos,
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro.
Y a la mitad del camino,
bajo las ramas de un olmo,
guardia civil caminera
lo llevo codo con codo.
El día se va despacio,
la tarde colgada a un
hombro,
dando una larga torera
sobre el mar y los arroyos.
Las aceitunas aguardan
la noche de Capricornio,
y una corta brisa,
ecuestre,
salta los montes de plomo.
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.
-Antonio, ¿quién eres tú?
Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco
chorros.
Ni tú eres hijo de nadie,
ni legítimo Camborio.
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte
solos!
Están los viejos
cuchillos
tiritando bajo el polvo.
A las nueve de la noche
lo llevan al calabozo,
mientras los guardias
civiles
beben limonada todos.
Y a las nueve de la noche
le cierran el calabozo,
mientras el cielo reluce
como la grupa del potro.
MUERTE DE ANTOÑITO EL
CAMBORIO
Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas
clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Gualdalquivir.
-Antonio Torres Heredia.
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la
vida
cerca del Guadalquivir?
-Mis cuatro primos
Heredias
Hijos de Benameji.
Lo que en otros no
envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
-¡Ay, Antoñito el
Camborio,
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
-¡Ay, Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.
Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
Voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.
MUERTO DE AMOR
-¿Qué es aquello que
reluce
por los altos corredores?
-Cierra la puerta, hijo mío;
acaban de dar las once.
-En mis ojos, sin querer,
relumbran cuatro faroles.
-Será que la gente
aquella
estará fregando el cobre.
Ajo de agónica plata
la luna menguante pone
cabelleras amarillas
a las amarillas torres.
La noche llama temblando
al cristal de los balcones,
perseguida por los mil
perros que no la conocen,
y un olor de vino y ámbar
viene de los corredores.
Brisas de caña mojada
y rumor de viejas voces
resonaban por el arco
roto de la medianoche
Bueyes y rosas dormían.
Sólo por los corredores
las cuatro luces clamaban
con el furor de Sanjorge.
Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de
hombre,
tranquila de flor cortada
y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres.
Fachadas de cal ponían
cuadrada y blanca la noche.
Serafines y gitanos
tocaban acordeones.
-Madre, cuando yo me muera,
que se enteren los señores.
Pon telegramas azules
que vayan del Sur al Norte.
Siete gritos, siete
sangres,
siete adormideras dobles
quedaron opacas lunas
en los oscuros salones.
Lleno de manos cortadas
y coronitas de flores,
el mar de los juramentos
resonaba no sé dónde.
Y el cielo daba portazos
al brusco rumor del bosque,
mientras clamaban las
luces
en los altos corredores.
ROMANCE DE LA GUARDIA
CIVIL ESPAÑOLA
Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas, banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en
conserva.
¡Oh ciudad de los gitanos!
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.
Cuando llegaba la noche,
noche que noche nochera,
los gitanos en sus fraguas
forjaban soles y flechas.
un caballo mal herido
llamaba a todas las
puertas.
Gallos de vidrios cantaban
por Jerez de la Frontera.
El viento vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa,
en la noche platinoche,
noche que noche nochera.
La Virgen y San José
perdieron sus castañuelas,
y buscan a los gitanos
para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
con un traje de alcaldesa,
de papel de chocolate
con los collares de
almendras.
San José mueve los brazos
bajo una capa de seda.
Detrás va Pedro Domecq
con tres sultanes de
Persia.
La media luna soñaba
un éxtasis de cigüeña.
Estandartes y faroles
invaden las azoteas.
Por los espejos sollozan
bailarinas sin caderas.
Agua sombra, sombra y agua
por Jerez de la Frontera.
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas, banderas.
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te
recuerda?
Dejadla lejos del mar,
sin peines para sus
crenchas.
Avanzan de dos en fondo
a la ciudad de la fiesta.
Un rumor de siemprevivas
invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo se les antoja
una vitrina de espuelas.
La ciudad, libre de miedo,
multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles
entraron a saco por ellas.
Los relojes se pararon,
y el coñac de las
botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.
Un vuelo de gritos largos
se levantó en las veletas.
Los sables cortaron las
brisas
que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra
huyen las gitanas viejas
con caballos dormidos
y las orzas de moneda.
Por las calles empinadas
suben las capas siniestras,
dejando detrás fugaces
remolinos de tijeras.
En el portal de Belén
los gitanos se congregan.
San José, lleno de
heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
con salivilla de estrella.
Pero la Guardia Civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imagen se quema.
Rosa la de los Camborios
gime sentada en su puerta
con sus dos pechos
cortados
puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
perseguidas por sus
trenzas,
en un aire donde estallan
rosas de pólvora negra.
Cuando todos los tejados
eran surcos en la tierra,
el alba meció sus hombros
en largo perfil de piedra.
¡Oh, ciudad de los
gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te
cercan.
¡Oh, ciudad de los
gitanos!
¿Quién te vio y no te
recuerda?
Que te busquen en mi
frente.
Juego de luna y arena.
POEMA DE LA SOLEA
TIERRA SECA
Tierra seca,
tierra quieta
de noches
inmensas.
(Viento en el olivar,
viento en la sierra.)
Tierra
vieja
del candil
y la pena.
Tierra
de las hondas cisternas.
Tierra
de la muerte sin ojos
y de las flechas.
(Viento por los caminos.
Brisa en las alamedas.)
PUEBLO
Sobre el monte pelado,
un calvario.
Agua clara
y olivos centenarios.
Por las callejas
hombres embozados,
y en las torres
veletas girando.
Eternamente
girando.
¡Oh, pueblo perdido,
en la Andalucía del
llanto!
PUÑAL
El puñal
entra en el corazón,
como la reja del arado
en el yermo.
No
No me lo claves.
No
El puñal,
como un rayo de sol,
incendia las terribles
hondonadas.
No
No me lo claves.
No
ENCRUCIJADA
Viento del Este;
un farol
y el puñal
en el corazón.
La calle
tiene un temblor
de cuerda
en tensión,
un temblor
de enorme moscardón.
Por todas partes
yo
veo el puñal
en el corazón
¡ AY !
El grito deja en el viento
una sombra de ciprés.
(Dejadme en este campo,
llorando.)
Todo se ha roto en este
mundo.
No queda más que el
silencio.
(Dejadme en este campo,
llorando.)
El horizonte sin luz
está mordido de hogueras.
(Ya os he dicho que me dejéis
en este campo,
llorando.)
SORPRESA
Muerto se quedó en la
calle
con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie.
¡ Cómo temblaba el farol
!
Madre.
¡ Cómo temblaba el
farolito
de la calle !
Era madrugada. Nadie
pudo asomarse a sus ojos
abierto al duro aire.
Que muerto se quedó en la
calle
que con un puñal en el
pecho
y que no lo conocía nadie.
LA SOLEÁ
Vestidas con mantos negros
piensa que el mundo es
chiquito
y el corazón es inmenso.
Vestida con mantos negros.
Piensa que el suspiro
tierno
y el grito, desaparecen
en la corriente del viento.
Vestida con mantos negros.
Se dejó el balcón
abierto
y el alba por el balcón
desembocó todo el cielo.
¡ Ay yayayayay,
que vestida con mantos
negros !
CUEVA
De la cueva salen
largos sollozos.
( Lo cárdeno
sobre el rojo ).
El gitano evoca
países remotos.
( Torres altas y hombres
misteriosos )
En la voz entrecortada
van sus ojos.
(Lo negro
sobre el rojo ).
Y la cueva encalada
tiembla en el oro.
(Lo blanco
sobre el rojo ).
ENCUENTRO
Ni tú ni yo estamos
en disposición
de encontrarnos.
Tú... por lo que ya sabes.
¡ Yo la he querido tanto
!
Sigue esa veredita.
En las manos
tengo los agujeros
de los clavos.
¿ No ves cómo me estoy
desangrando ?
No mires nunca atrás,
vete despacio
y reza como yo
a San Cayetano,
que ni tú ni yo estamos
en disposición
de encontrarnos.
ALBA
Campanas de Córdoba
en la madrugada.
Campanas de amanecer
en Granada.
Os sienten todas las
muchachas
que lloran a la tierna
soleá enlutada.
Las muchachas
de Andalucía la alta
y la baja.
Las niñas de España
de pie menudo
y temblorosas faldas,
que han llenado de luces
las encrucijadas.
¡ Oh, campanas de Córdoba
en la madrugada.
y oh, campanas de amanecer
en Granada !
LLANTO POR IGNACIO SANCHEZ
MEJIAS (1935)
I
LA COGIDA Y LA MUERTE
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto
de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde .
Una puerta de cal ya
prevenida
Lo demás era muerte
y solo muerte
a las cinco de la tarde.
El viento se llevó los
algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró
cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma
y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un
asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del
bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico
y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de
silencio
a las cinco de la tarde.
¡ Y el toro solo corazón
arriba !
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve
fue llegando
a las cinco de la tarde.
cuando la plaza se cubrió
de yodo
a las cinco de la tarde.
la muerte puso huevos en
la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la
tarde.
Un ataúd con ruedas es la
cama.
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en
su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía
por su frente
a las cinco de la tarde
El cuarto se irisaba de
agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la
gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las
verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como
soles
a las cinco de la tarde.
y el gentío rompía las
ventanas
a las cinco de la tarde .
¡ Ay, qué terribles
cinco de la tarde !
¡ Eran las cinco en
todos los relojes!
¡ Eran las cinco en
sombra de la tarde !
II
LA SANGRE DERRAMADA
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la
sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con cauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema .
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube
Ignacio
con toda su muerte a
cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre
abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
es chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me
asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos
cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces
secretas
que gritaban a toros
celestes,
mayorales de pálida
niebla.
No hubo príncipe en
Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la
plaza!
¡Qué buen serrano en la
sierra!
¡Qué blando con las
espigas !
¡Qué duro con las
espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la
feria !
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene
cantando:
cantando por marismas y
praderas,
resbalando por cuerno
ateridos,
vacilando sin alma por la
niebla,
tropezando con miles de
pezuñas
como una larga ,oscura,
triste lengua,
para formar un charco de
agonía
junto al Guadalquivir de
las estrellas .
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de
Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus
venas!
No .
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la
contenga,
que no hay golondrinas que
se la beban,
no hay escarcha de luz que
la enfríe,
no hay canto ni diluvio de
azucenas,
no hay cristal que la
cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!
III
CUERPO PRESENTE
La piedra es una frente
donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni
cipreses helados.
La piedra es una espalda
para llevar al tiempo
con árboles de lágrimas
y cintas y planetas.
Yo he visto lluvias grises
hacia las olas
levantando sus tiernos
brazos acribillados,
para no ser cazadas por la
piedra tendida
que desata sus miembros
sin empapar la sangre.
Porque la piedra coge
simientes y nublados ,
esqueletos de alondras y
lobos de penumbra;
pero no da sonidos ,ni
cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y
otras sin muros.
Ya está sobre la piedra
Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó ;¿qué pasa
?Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto
de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de
oscuro minotauro.
Ya se acabó .La lluvia
penetra por su boca.
El aire como loco deja su
pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas
de nieve,
se calienta en la cumbre
de las ganaderías.
¿Qué dicen? Un silencio
con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo
presente que se esfuma,
con una forma clara que
tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de
agujeros sin fondo.
¿Quién arruga el sudario?
¡No es verdad lo que dice !
Aquí no canta nadie , ni
llora en el rincón ,
ni pica las espuelas, ni
espanta la serpiente:
aquí no quiero más que
los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin
posible descanso.
Yo quiero ver aquí los
hombres de voz dura .
Los que doman caballos y
dominan los ríos:
los hombres que les suena
el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol
y pedernales.
Aquí quiero yo verlos .Delante
de la piedra .
Delante de este cuerpo con
las riendas quebradas.
Yo quiero que me enseñen
dónde está la salida
para esté capitán atado
por la muerte.
Yo quiero que me enseñen
un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y
profundas orillas,
para llevar el cuerpo de
Ignacio y que se pierda
sin escuchar el doble
resuello de los toros.
Que se pierda en la plaza
redonda de la luna
que finge cuando niña
doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche
sin canto de los peces
y en la maleza blanca del
humo congelado.
N o quiero que le tapen la
cara con pañuelos
para que se acostumbre con
la muerte que lleva.
Vete, Ignacio :No sientas
el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También
se muere el mar!
IV
ALMA AUSENTE
No te conoce el toro ni la
higuera,
ni caballos ni hormigas de
tu casa.
No te conoce el niño ni
la tarde
porque te has muerto para
siempre.
No te conoce el lomo de la
piedra,
ni el raso negro donde te
destrozas.
No te conoce tu recuerdo
mudo
porque te has muerto para
siempre.
El otoño vendrá con
caracolas
uva de niebla y montes
agrupados,
pero nadie querrá mirar
tus ojos
porque te has muerto para
siempre.
Porque te has muerto para
siempre,
como todos los muertos que
se olvidan
en un montón de perros
apagados.
No te conoce nadie. Pero
yo te canto.
Yo canto para luego tu
perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu
conocimiento.
Tu apariencia de muerte y
el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu
valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en
nacer, si es que nace.
un andaluz tan claro, tan
rico de aventura.
Yo canto su elegancia con
palabras que gimen
y recuerdo una brisa
triste por los olivos.
DIVAN DEL TAMARIT (1936)
CASIDAS
I
CASIDA DEL HERIDO POR EL
AGUA
Quiero bajar al pozo,
quiero subir los muros de
Granada,
para mirar el corazón
pasado
por el punzón oscuro de
las aguas.
El niño herido gemía
con una corona de escarcha.
Estanques, aljibes y
fuentes
levantaban al aire sus
espadas.
¡ Ay, qué furia de amor,
qué hiriente filo,
qué nocturno rumor, qué
muerte blanca !
¡ Qué desiertos de luz
iban hundiendo
los arenales de la
madrugada !
El niño estaba solo
con la ciudad dormida en
la garganta.
Un surtidor que viene de
los sueños
lo defiende del hambre de
las algas.
El niño y su agonía,
frente a frente,
eran dos verdes lluvias
enlazadas.
El niño se tendía por la
tierra
y su agonía se curvaba.
Quiero bajar al pozo,
quiero morir mi muerte a
bocanadas,
quiero llenar mi corazón
de musgo,
para ver al herido por el
agua
II
CASIDA DEL LLANTO
He cerrado mi balcón
por que no quiero oír el
llanto
pero por detrás de los
grises muros
no se oye otra cosa que el
llanto.
Hay muy pocos ángeles que
canten,
hay muy pocos perros que
ladren,
mis violines caben en la
palma de mi mano.
Pero el llanto es un perro
inmenso,
el llanto es un ángel
inmenso,
el llanto es un violín
inmenso,
las lágrimas amordazan al
viento,
no se oye otra cosa que el
llanto.
III
CASIDA DE LOS RAMOS
Por las arboledas del
Tamarit
han venido los perros de
plomo
a esperar que se caigan
los ramos,
a esperar que se quiebren
ellos solos.
El Tamarit tiene un
manzano
con una manzana de
sollozos.
Un ruiseñor apaga los
suspiros
y un faisán los ahuyenta
por el polvo.
Pero los ramos son alegres,
los ramos son como
nosotros.
No piensan en la lluvia y
se han dormido,
como si fueran árboles,
de pronto.
Sentados con el agua en
las rodillas
dos valles esperaban al
otoño.
La penumbra con paso de
elefante
empujaba las ramas y los
troncos.
Por las arboledas de
Tamarit
hay muchos niños de
velado rostro
a esperar que se caigan
mis ramos,
a esperar que se quiebren
ellos solos.
IV
CASIDA DE LA MUJER TENDIDA
Verte desnuda es recordar
la tierra.
La tierra lisa, limpia de
caballos.
La tierra sin un junco,
forma pura
cerrada al por venir: confín
de plata.
Verte desnuda es
comprender el ansia
de la lluvia que busca el
débil talle,
o la fiebre del mar de
inmenso rostro
sin encontrar la luz de su
mejilla.
La sangre sonará por las
alcobas
y vendrá con espadas
fulgurantes,
pero tú no sabrás donde
se ocultan
el corazón de sapo o la
violeta.
Tu vientre es una
lucha de raíces,
tus labios son un alba sin
contorno.
Bajo las rosas tibias de
la cama
los muertos gimen
esperando turno.
V
CASIDA DEL SUEÑO AL AIRE
LIBRE
Flor de jazmín y toro
degollado.
Pavimento infinito. Mapa.
Sala. Arpa. Alba.
La niña finge un toro de
jazmines
y el toro es un sangriento
crepúsculo que brama.
Si el cielo fuera un niño
pequeñito,
los jazmines tendrían
mitad de noche oscura,
y el toro circo azul sin
lidiadores
y un corazón al pie de
una columna.
Pero el cielo es un
elefante
y el jazmín es un agua
sin sangre
y la niña es un ramo
nocturno
por el inmenso pavimento
oscuro.
Entre el jazmín y el toro
o garfios de marfil o
gente dormida.
En el jazmín un elefante
y nubes
y en el toro el esqueleto
de la niña.
VI
CASIDA DE LA MANO
IMPOSIBLE
Yo no quiero más que una
mano,
una mano herida, si es
posible.
Yo no quiero más que una
mano,
aunque pase mil noches sin
lecho.
Sería un pálido lirio de
cal,
sería una paloma amarrada
a mi corazón,
sería el guardían que en
la noche de mi tránsito
prohibiera en absoluto la
entrada a la luna.
Yo no quiero más que una
mano
para los diarios aceites y
la sábana blanca de mi agonía
Yo no quiero más que esa
mano
para tener un ala de mi
muerte.
Lo demás todo pasa.
Rubor sin nombre ya, astro
perpetuo.
Lo demás es lo otro;
viento triste,
mientras las hojas huyen
en bandadas.
VII
CASIDA DE LA ROSA
La rosa
no buscaba la aurora:
casi eterna en su ramo,
buscaba otra cosa.
La rosa,
no buscaba ni ciencia ni
sombra:
confín de carne y sueño,
buscaba otra cosa.
La rosa,
no buscaba la rosa.
Inmóvil por el cielo
buscaba otra cosa.
VIII
CASIDA DE LA MUCHACHA
DORADA
La muchacha dorada
se bañaba en el agua
y el agua se doraba.
Las algas y las ramas
en sombra la asombraban,
y el ruiseñor cantaba
por la muchacha blanca.
Vino la noche clara,
turbia de plata mala,
con peladas montañas
bajo la brisa parda.
La muchacha mojada
era blanca en el agua
y el agua, llamara.
Vino el alba sin mancha,
con mil caras de vacas,
yerta y amortajada
con heladas guirnaldas.
La muchacha de lágrimas
se bañaba entre llamas,
y el ruiseñor lloraba
con las alas quemadas.
La muchacha dorada
era una blanca garra
y el agua la doraba.
IX
CASIDA DE LAS PALOMAS
OSCURAS
A Claudio Guillén.
Por las ramas del laurel
vi dos palomas oscuras.
La una era el sol,
la otra la luna.
"Vecinitas", les
dije:
"¿ Dónde está mi
sepultura ?"
"En mi cola",
dijo el sol.
"En mi garganta",
dijo la luna.
Y yo que estaba caminando
con la tierra por la
cintura
vi dos águilas de nieve
y una muchacha desnuda.
La una era la otra
y la muchacha era ninguna.
"Aguilitas", les
dije:
"¿Dónde está mi
sepultura?"
"En mi cola",
dijo el sol.
"En mi garganta",
dijo la luna.
Por las ramas del laurel
vi dos palomas desnudas.
La una era la otra
y las dos eran ninguna.
GACELAS
I
GACELA DEL AMOR IMPREVISTO
Nadie comprendía el
perfume
de la oscura magnolia de
tu vientre.
Nadie sabía que
martirizabas
un colibrí de amor entre
los dientes.
Mil caballitos persas se
dormían
en la plaza con luna de tu
frente,
mientras que yo enlazaba
cuatro noches
tu cintura, enemiga de la
nieve.
Entre yeso y jazmines, tu
mirada
era un pálido ramo de
simientes.
Yo busqué, para darte,
por mi pecho
las letras de marfil que
dicen siempre,
siempre, siempre: jardín
de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para
siempre,
la sangre de tus venas en
mi boca,
tu boca ya sin luz para mi
muerte.
II
GACELA DE LA TERRIBLE
PRESENCIA
Yo quiero que el agua se
quede sin cauce,
yo quiero que el viento se
quede sin valles.
Quiero que la noche se
quede sin ojos
y mi corazón sin flor del
oro;
que los bueyes hablen con
las grandes hojas
y que la lombriz se muera
de sombra;
que brillen los dientes de
la calavera
y los amarillos inunden la
seda.
Puedo ver el duelo de la
noche herida
luchando enroscada con el
mediodía.
Resiste un ocaso de verde
veneno
y los arcos rotos donde
sufre el tiempo.
Pero no ilumines tu limpio
desnudo
como un negro cactus
abierto en los juncos.
Déjame en un ansia de
oscuros planetas,
pero no me enseñes tu
cintura fresca.
III
GACELA DEL AMOR
DESESPERADO
La noche no quiere venir
para que tú no vengas
ni yo pueda ir.
Pero yo iré,
aunque un sol de alacranes
me coma la sien.
Pero tu no vendrás
con la lengua quemada por
la lluvia de sal.
El día no quiere venir
para que tú no vengas,
ni yo pueda ir.
Pero yo iré
entregando a los sapos mi
mordido clavel.
Pero tú vendrás
por las turbias cloacas de
la oscuridad.
Ni la noche ni el día
quieren venir
para que por ti muera
y tú mueras por mí.
IV
GACELA DEL AMOR QUE NO SE
DEJA VER
Solamente por oír
la campana de la Vela
te puse una corona de
verbena.
Granada era una luna
ahogada entre yedras.
Solamente por oír
la campana de la Vela
desgarré mi jardín de
Cartagena.
Granada era una corza
rosa por las veletas.
Solamente por oír
la campana de la Vela
me abrasaba en tu cuerpo
sin saber de quién era.
V
GACELA DEL NIÑO MUERTO
Todas las tardes en
Granada,
todas las tardes se muere
un niño.
Todas las tardes en el
agua se sienta
a conversar con sus amigos.
Los muertos llevan alas de
musgo.
El viento nublado y el
viento limpio
son dos faisanes que
vuelan por las torres
y el día es un muchacho
herido.
No quedaba en el aire ni
una brizna de alondra
cuando yo te encontré por
las grutas del vino.
No quedaba en la tierra ni
una miga de nube
cuando te ahogabas por el
río.
Un gigante de agua cayó
sobre los montes
y el valle fue rodando con
perros y con lirios.
Tu cuerpo, con la sombra
violeta de mis manos,
era muerto en la orilla,
un arcángel de frío.
VI
GACELA DE LA RAÍZ AMARGA
Hay una raíz amarga
y un mundo de mil terrazas.
Ni la mano más pequeña
quiebra la puerta del agua
¿Dónde vas, adónde, dónde?
Hay un cielo de mil
ventanas
-batalla de abejas lívidas-
y hay una raíz amarga.
Amarga.
Duele en la planta del pie
el interior de la cara,
y duele en el tronco
fresco
de noche recién cortada.
¡Amor, enemigo mío,
muerde tu raíz amarga!
VII
GACELA DEL RECUERDO DEL
AMOR
No te lleves tu recuerdo.
Déjalo solo en mi pecho,
temblor de blanco cerezo
en el martirio de enero.
Me separa de los muertos
un muro de malos sueños.
Doy pena de lirio fresco
para un corazón de yeso.
Toda la noche en el huerto
mis ojos, como dos perros.
Toda la noche, corriendo
los membrillos de veneno.
Algunas veces el viento
es un tulipán de miedo.
Es un tulipán enfermo,
la madrugada de invierno.
Un muro de malos sueños
me separa de los muertos.
La niebla cubre en
silencio
el valle gris de tu cuerpo.
Por el arco del encuentro
la cicuta está creciendo.
Pero deja tu recuerdo
déjalo sólo en mi pecho.
VIII
GACELA DE LA MUERTE OSURA
Quiero dormir el sueño de
las manzanas
alejarme del tumulto de
los cementerios.
Quiero dormir el sueño de
aquel niño
que quería cortarse el
corazón en alta mar.
No quiero que me repitan
que los muertos no pierden la sangre;
que la boca podrida sigue
pidiendo agua.
No quiero enterarme de los
martirios que da la hierba,
ni de la luna con boca de
serpiente
que trabaja antes del
amanecer.
Quiero dormir un rato,
un rato, un minuto, un
siglo;
pero que todos sepan que
no he muerto;
que haya un establo de oro
en mis labios;
que soy un pequeño amigo
del viento Oeste;
que soy la sombra inmensa
de mis lágrimas.
Cúbreme por la aurora con
un velo,
porque me arrojará puñados
de hormigas,
y moja con agua dura mis
zapatos
para que resbale la pinza
de su alacrán.
Porque quiero dormir el
sueño de las manzanas
para aprender un llanto
que me limpie de tierra;
porque quiero vivir con
aquel niño oscuro
que quería cortarse el
corazón en alta mar.
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