Poeta y dramaturgo español que utiliza un lenguaje coloquial
con raíces en el modernismo y el folclore al que elevó a la
categoría de poesía sin adjetivos. Hermano mayor de Antonio
Machado, también nació en Sevilla y pronto se trasladó a
Madrid con su familia. Estudió Filosofía y Letras y a partir
de 1899 vivió en París como traductor y bohemio. Al volver a
Madrid publicó su primer libro de poemas Alma (1900), de carácter
modernista. Se casó en 1910, se hizo bibliotecario y escribió
en la prensa. Cuando estalla la Guerra Civil española (1936)
está en Burgos, capital de la España franquista, que le hace
miembro de la Real Academia Española en 1938, después de haber
escrito versos dedicados al general Franco. Murió en Madrid. En
su libro de poemas Alma, museo y cantares (1907) ofrece aspectos
más personales de sí mismo que adelantan lo que sería su obra
posterior. Esta tendencia de ruptura con el modernismo y el
simbolismo, y una utilización de un lenguaje más coloquial, se
acentúa en El mal poema (1909) y Canciones y dedicatorias
(1915), donde hace patente su apego a Andalucía y su cante,
algo que ya había hecho patente en Cante hondo (1912) y
profundizará después en Sevilla y otros poemas (1920). A
partir de 1926 escribió teatro con su hermano, y entre sus
obras se cuentan Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel
(1926), Las adelfas (1928), La Lola se va a los puertos (1929),
La prima Fernanda (1930) y La duquesa de Benamejí (1930), que
tuvieron mucho éxito cuando se representaron y están escritas
en verso. Otros libros de poemas suyos son Phoenix (1936) y
Cadencias de cadencias (1943) . |
CANTARES
Vino, sentimiento, guitarra
y poesía,
hacen los cantares de la patria mía...
Cantares...
Quien dice cantares, dice Andalucía.
A la sombra fresca de la
vieja parra,
un mozo moreno rasguea la guitarra...
Cantares...
Algo que acaricia y algo que desgarra.
La prima que canta y el
bordón que llora...
Y el tiempo callado se va hora tras hora.
Cantares...
Son dejos fatales de la raza mora.
No importa la vida, que ya
está perdida.
Y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?...
Cantares...
Cantando la pena, la pena se olvida.
Madre, pena, suerte; pena,
madre, muerte;
ojos negros, negros, y negra la suerte.
Cantares...
En ellos, el alma del alma se vierte.
Cantares. Cantares de
la patria mía...
Cantares son sólo los de Andalucía.
Cantares...
No tiene más notas la guitarra mía.
ADELFOS
A Miguel de Unamuno
Yo soy como las gentes que
a mi tierra vinieron
—soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.
Mi voluntad se ha muerto
una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...
De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.
En mi alma, hermana de la
tarde, no hay contornos...;
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.
Besos ¡pero no darlos!
Gloria.... ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
¡Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir!
¡Ambición! No la
tengo. ¡Amor! No lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.
De mi alta aristocracia
dudar jamás se pudo.
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...
Pero el lema de casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano sol.
Nada os pido. Ni os amo ni
os odio. Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir! ...
Mi voluntad se ha muerto
una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.
¡El beso generoso que no he de devolver!
ANTÍFONA
Ven, reina de los besos,
flor de la orgía,
amante sin amores, sonrisa loca...
Ven, que yo sé la pena de tu alegría
y el rezo de amargura que hay en tu boca.
Yo no te ofrezco amores que
tú no quieres;
conozco tu secreto, virgen impura;
Amor es enemigo de los placeres
en que los dos ahogamos nuestra amargura.
Amarnos... ¡Ya no es
tiempo de que me ames!
A ti y a mí nos llevan olas sin leyes.
¡Somos, a un mismo tiempo, santos e infames;
somos, a un tiempo mismo, pobres y reyes!
¡Bah! Yo sé que los
mismos que nos adoran
en el fondo nos guardan igual desprecio.
Y justas son las voces que nos desdoran...
Lo que vendemos ambos no tiene precio.
Así, los dos: tú, amores,
yo poesía,
damos por oro a un mundo que despreciamos...
¡Tú, tu cuerpo de diosa; yo, el alma mía!...
Ven y reiremos juntos mientras lloramos.
Joven quiere en nosotros
Naturaleza
hacer, entre poemas y bacanales,
el imperial regalo de la belleza,
luz, a la oscura senda de los mortales.
¡Ah! Levanta la frente,
flor siempre viva,
que das encanto, aroma, placer, colores...
Diles, con esa fresca boca lasciva...,
¡que no son de este mundo nuestros amores!
Igual camino en suerte nos
ha cabido,
un ansia igual nos lleva que no se agota,
hasta que se confundan en el olvido,
tu hermosura podrida, mi lira rota.
Crucemos nuestra calle de
la Amargura
levantadas las frentes, juntas las manos...
¡Ven tú conmigo, reina de la hermosura!
¡Hetairas y poetas somos hermanos!
FANTASÍA DE PUCK
El hada pequeñita
de las piedras preciosas
que vive en un coral
busca al gnomo que habita
la corteza rugosa
de un antiguo nogal.
Y, juntos, de la mano
para hacer travesuras,
aquella noche van,
como hermana y hermano,
por las sendas oscuras
de la selva ideal...
Detrás va su cortejo
de dudas y sospechas...
Y una marcha triunfal
saluda al crimen, viejo
que ruge y canta endechas
con su voz de puñal.
Van los presentimientos
junto a las intenciones...
Con los recuerdos van
los malos pensamientos,
las locas tentaciones
ahogadas al brotar.
Todo lo que hay de sueños
de otra vida perdido;
lo que pasó o vendrá.
Vagas curvas de ensueños:
lo que casi no ha sido...,
lo que tal vez será...
Va, callado, cruzando
el cortejo discreto
por la selva ideal...
¡Viene el día temblando...;
va a romper el secreto
la aurora al despuntar!...
Mas sólo vio, al
mostrarse,
una burbuja sobre
las olas del mar...
Y una cara borrarse
en la corteza pobre
del antiguo nogal.
FIGULINAS
A Jacinto Benavente
¡Qué bonita es la
princesa!
¡Qué traviesa!
¡Qué bonita!
¡La princesa pequeñita
de los cuadros de Watteau!
¡Yo la miro, yo la admiro,
yo la adoro!
Si suspira, yo suspiro;
si ella llora, también lloro;
si ella ríe, río yo.
Cuando alegre la contemplo,
como ahora, me sonríe...
Y otras veces su mirada
en los aires se deslíe,
pensativa...
¡Si parece que está viva
la princesa de Watteau!
Al pasar la vista hiere,
elegante,
y ha de amarla quien la viere.
... Yo adivino en su
semblante
que ella goza, goza y quiere,
vive y ama, sufre y muere...
¡Como yo!
LIRIO
Casi todo alma,
vaga Gerineldos
por esos jardines
del rey, a lo lejos,
junto a los macizos
de arrayanes...
Besos
de la reina dicen
los morados cercos
de sus ojos mustios,
dos idilios muertos.
Casi todo alma,
se pierde en silencio,
por el laberinto
de arrayanes... ¡Besos!
Solo, solo, solo,
lejos, lejos, lejos...
Como una humareda,
como un pensamiento...
Como esa persona
extraña que vemos
cruzar por las calles
oscuras de un sueño.
EL JARDÍN NEGRO
Es noche. La inmensa
palabra es silencio...
Hay entre los árboles
un grave misterio...
El sonido duerme,
el color se ha muerto.
La fuente está loca,
y mudo está el eco.
¿Te acuerdas?... En vano
quisimos saberlo...
¡Qué raro! ¡Qué oscuro!
¡Aún crispa mis nervios,
pasando ahora mismo
tan sólo el recuerdo,
como si rozado
me hubiera un momento
el ala peluda
de horrible murciélago!...
Ven, ¡mi amada! Inclina
tu frente en mi pecho;
cerremos los ojos;
no oigamos, callemos...
¡Como dos chiquillos
que tiemblan de miedo!
La luna aparece,
las nubes rompiendo...
La luna y la estatua
se dan un gran beso.
OTOÑO
En el parque, yo solo...
Han cerrado
y, olvidado
en el parque viejo, solo
me han dejado.
La hoja seca,
vagamente,
indolente,
roza el suelo...
Nada sé,
nada quiero,
nada espero.
Nada...
Solo
en el parque me han dejado
olvidado,
...y han cerrado.
OCASO
Era un suspiro lánguido y
sonoro
la voz del mar aquella tarde... El día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.
Pero su seno el mar alzó
potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.
Para mi pobre cuerpo
dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido,
para mi amarga vida
fatigada....
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar y no pensar en nada!...
CASTILLA
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la
fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a
piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca,
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
«¡Buen Cid!
Pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El Cielo os colme de venturas...
En nuestro mal, ioh Cid!, no ganáis nada».
Calla la niña y llora sin
gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»
El ciego sol, la sed y la
fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.
EL PRÍNCIPE
Siete soles forman
el solio del príncipe
de los siete soles.
Su cetro de oro
es un haz de llamas
de mil arreboles.
Su rostro, que nadie
miró porque ciega,
las nubes esconden.
Su imperio, los mundos,
Él todo lo puede,
todo lo conoce...
Y en sus ojos, cuyo
mirar mata, brillan
¡todos los dolores!
REGRESO
Largas tardes campestres;
alamedas rosadas;
aire delgado que el aroma apenas
sostiene de la acacia;
huerto, pinar... Llanuras de oro viejo,
azul de la montaña...
Esquilas del arambre
y balido, sin fin, de la majada,
en el silencio claro...
¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!
Maravillosa noche
estremecida
por el rumor del agua
y el fulgor de los astros
—imán de la mirada
perdida en lo insondable
de la eterna pregunta—. (El grillo canta,
corre la estrella, el aire
suspira entre las ramas).
Sueño tranquilo y sano,
velado por las plantas
humildes de la tierra y por el bravo
eucalipto que asoma a mi ventana...
Noche de paz y de salud y sueño...
¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!
Allegro matinal, tímida
gloria
y milagro de nácar,
a las corolas risa,
trino a las aves y delicia del alma,
aire en las sienes, despertar, eterna
juventud —¡oh mañana
que abres los ojos y las rosas!—, dulce
y poderosa gracia...
Mañana de mi huerto, suave y pura...
¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!
¡Me llama la ciudad —que
ignora el cielo
y la tierra y el agua
y el sol y las estrellas—,
febril y jadeante, apresurada,
con su aliento mefítico,
y su llanto y sus máquinas,
sonora de metales
infecta de palabras!
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