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LUIS GARCÍA MONTERO
BIOGRAFIA

Descendiente de una conocida familia de Granada muy vinculada con la
 vida local, Luis García Montero nació en esta ciudad
en 1958. Hijo de Luis
 García López y Elisa Montero Peña, cursó estudios en el colegio de los
 Escolapios, pasando de éste, más
tarde, a la Universidad en cuya facultad
 de Filosofía y Letras se licenciaría en 1980 y en la que se doctoró poco más
 tarde con
una tesis sobre el recientemente desparecido Rafael Alberti,
 con el que sostuvo una estrecha y entrañable amistad, y del que
preparó
 la edición de su Poesía Completa. Actualmente es profesor titular del
 departamento de Teoría de la Literatura de la
Universidad de Granada.
 Luis García Montero es además de un prestigioso poeta de prestigio
 internacional, un consagrado
ensayista y columnista de opinión.

Entre los numerosos galardones que jalonan su brillante carrera, destacan
 el premio Federico García Lorca, el premio Ciudad de
Sevilla, el premio
 Loewe, el Adonáis de poesía que obtuvo siendo muy joven, el Premio
 Nacional de Poesía con el que fue
galardonado en 1995. En 1999 Luis
García Montero ha estado nominado para el premio "Cervantes", el
máximo galardón de las
letras españolas. Desde diciembre de 1996 está
casado con la escritora Almudena Grandes.

Su obra poética consta de los siguientes volúmenes:

 Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn (1980)

Tristia (1982)

El jardín extranjero (1983)

Diario cómplice (1987)

Las flores del frío (1991)

Habitaciones separadas (1994)

Completamente viernes (1998)

Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.

PROBLEMAS DE GEOGRAFÍA PERSONAL

Nunca sé despedirme de ti, siempre me quedo
con el frío de alguna palabra que no he dicho, 
con un malentendido que temer, 
ese hueco de torpe inexistencia 
que a veces, gota a gota, se convierte 
en desesperación. 
Nunca se despedirme de ti, porque no soy 
el viajero que cruza por la gente, 
el que va de aeropuerto en aeropuerto 
o el que mira los coches, en dirección contraria, 
corriendo a la ciudad 
en la que acabas de quedarte. 
Nunca sé despedirme, porque soy 
un ciego que tantea por el túnel 
de tu mano y tus labios cuando dicen adiós, 
un ciego que tropieza con los malentendidos 
y con esas palabras 
que no saben pronunciar. 
Extrañado de amor, 
nunca puedo alejarme de todo lo que eres. 
En un hueco de torpe inexistencia, 
me voy de mí 
camino a la nada.

RECUERDO DE UNA TARDE 

Aquel temblor del muslo 
y el diminuto encaje 
rozado por la yema de los dedos, 
son el mejor recuerdo de unos días 
conocidos sin prisa, sin hacerse notar, 
igual que amigos tímidos. 

Fue la tarde anterior a la tormenta, 
con truenos en el cielo. 
Tú apareciste en el jardín, secreta, 
vestida de otro tiempo, 
con una extravagante manera de quererme, 
jugando a ser el viento de un armario, 
la luz en seda negra 
y medias de cristal, 
tan abrazadas 
a tus muslos con fuerza, 
con esa oscura fuerza que tuvieron 
sus dueños en la vida. 

Bajo el color confuso de las flores salvajes, 
inesperadamente me ofrecías 
tu memoria de labios entreabiertos, 
unas ropas difíciles, y el rayo 
apenas vislumbrado de la carne, 
como fuego lunático, 
como llama de almendro donde puse 
la mano sin dudarlo. 
Por el jardín, el ruido de los últimos pájaros, 
de las primeras gotas en los árboles. 

Aquel temblor del muslo 
y el diminuto encaje, de vello traspasado, 
su resistencia elástica 
vencida con el paso de los años, 
vuelven a ser verdad, oleaje en el tacto, 
arena humedecida entre las manos, 
cuando otra vez, aquí, de pensamiento, 
me abandono en la dura solución de tus ingles 
y dejo de escribir 
para llamarte. 

HABITACIONES SEPARADAS

Está solo. Para seguir camino
se muestra despegado de las cosas.
No lleva provisiones.
Cuando pasan los días
y al final de la tarde piensa en lo sucedido,
tan sólo le conmueve
ese acierto imprevisto
del que pudo vivir la propia vida
en el seguro azar de su conciencia,
así, naturalmente, sin deudas ni banderas.

Una vez dijo amor.
Se poblaron sus labios de ceniza.

Dijo también mañana
con los ojos negados al presente
y sólo tuvo sombras que apretar en la mano,
fantasmas como saldo,
un camino de nubes.

Soledad, libertad,
dos palabras que suelen apoyarse
en los hombros heridos del viajero.

De todo se hace cargo, de nada se convence.
Sus huellas tienen hoy la quemadura
de los sueños vacíos.

No quiere renunciar. Para seguir camino
acepta que la vida se refugie
en una habitación que no es la suya.
La luz se queda siempre detrás de una ventana.
Al otro lado de la puerta
suele escuchar los pasos de la noche.

Sabe que le resulta necesario
aprender a vivir en otra edad,
en otro amor,
en otro tiempo.

Tiempo de habitaciones separadas.

LA CIUDAD 

Se hacen de hormigón y de cristal, 
de lugares extraños y gentes ocupadas. 

En todas crece un árbol 
delante de la casa de un suicida 
y hay niños que acostumbran a dormirse 
soñando con un perro. 

No faltan desayunos en hoteles lujosos, 
ni tampoco familias con jardín, 
pero son más frecuentes 
los portales oscuros con pareja de novios, 
el beso frío, 
la rosa de cemento en la ventana.

Las calles desembocan en plazas descompuestas, 
las tardes de domingo en las cafeterías 
y el humo de los coches en los ojos del loco 
que murmura sus años 
y los cuenta sin fin 
de metro en metro. 

Al salir de los túneles sentimos 
que los cielos de agua 
son igual que una carta del pasado, 
y suele comprenderse 
que la vida es un arma lenta y de doble filo 
en los pasos sin nadie, 
en las noches vacías 
o en la debilidad que tienen 
las ciudades por los cines de barrio 
y por las taquilleras muy pintadas. 

A pesar de los plátanos, los olmos y los tilos, 
a pesar de la hierba, si es que hablamos del Norte, 
La gente que nos mira, 
la gente que se salta los semáforos,
la que fluye delante de las tiendas, 
necesita el amparo 
de otra vegetación, 
un sigilo de números y tarjetas de crédito 
que extiende sus raíces por los sótanos
y busca soledad en los desvanes 
como los muebles y las ratas viejas. 

No es inútil viajar, 
porque es cierto que todas las ciudades 
amanecen de un modo parecido, 
pero la noche llega en cada una 
de manera distinta. 

De día pueden verse 
secretarias, conserjes, policías, 
músicos callejeros y soldados, 
dependientas que escuchan y sonríen, 
oficinistas con olor a instancia, 
conductores, extraños sacerdotes, 
ejecutivos humillados.

Igual en todas partes, 
porque apenas existen los kilómetros. 

Pero existe la noche, 
la soledad que borra los oficios 
en un mundo habitado solamente 
por hombres y mujeres, 
confidencias de amarga valentía. 

En las ciudades pueden encontrarse 
relojes que se paran en la última copa, 
la luna sobre un taxi 
y todos los poemas que te escribo. 

DISCIPLINA SECRETA 

La casa como barco
en alta mar de junio. 

Las calles como trenes 
de noche sosegada. 

Estas cosas no pasan en el mundo. 

Estoy por afirmar 
que ahora vivo en un libro de poemas. 

Pero si tú me miras, 
decidida a existir 
desde el fondo templado de tus ojos, 
también existe el mundo. 

Y muy probablemente 
yo acabaré por existir contigo. 

Sonata Triste Para La Luna De Granada

A Marga 

"Le ciel est par-dessus le toit."

Paul Verlaine

Esta ciudad me mira con tus ojos, 
parpadea, 
porque ahora después de tanto tiempo 
veo otra vez el piano que sale de la casa 
y me llega de forma diferente, 
huyendo del salón, 
abordando las calles 
de esta ciudad antigua y tan hermosa, 
que sigue solitaria como tu la dejaste, 
cargando con sus plazas, 
entre el cauce perdido del anhelo 
y al abrigo del mar. 

Si estuvieras aquí 
nada hubiese cambiado sino el tiempo, 
el cadáver extraño de sus ríos 
que siguen sumergidos 
como tu los dejaste. 

Ahora 
siento otra vez mi cuerpo poblarse de veletas 
y lo veo entendido 
sobre generaciones de ventanas antiguas 
mientras la noche avanza solitaria y perfecta. 

Somos de una ciudad 
cargada de paciencia, 
que no conoce el sueño de los invernaderos, 
ni ha vivido la extraña presencia del amor. 

Como pequeñas venas 
los comercios esperan para abrirse mañana 
y el deseo no existe 
más allá de la luna de los escaparates. 

Hemos soñado ya todos los sueños, 
hemos vivido aquí 
donde la historia olvida sus raíles vacíos, 
donde la paz es negra y se recoge 
entre plazas cerradas, 
sobre tabernas viejas, 
bajo el borde morado del misterio. 

Alguna vez soñamos 
con un mundo distinto: 
era cuando el imperio perdido del azúcar 
y llegaban viajeros 
al olor de la industria.

Las calles se llenaron de motores rugientes 
y la frivolidad 
como una enredadera brillante por los ojos 
nos ofreció de pronto 
templada carne, lámparas de araña. 

Parece que os recuerdo 
abrasados al mundo entre trajes de hilo, 
entre la piel hermosa de una época 
que nos dejó sus árboles, 
el corazón grabado 
sobre las pitilleras, y su dedicatoria 
en las fotografías. 

Ahora 
cuando el destino ya no es una excusa 
sino la soledad, 
y los cielos están bajo el tejado 
como tu los dejaste, 
todo recuerda un sueño sucio 
de madrugada. 

Aquí 
no tuvimos batallas sino espera. 

La guerra fue un camión que nos buscaba, 
detenido en la puerta, 
partiendo con sus ojos encendidos 
de espía 
y al abrigo del mar. 

Más tarde 
entre canciones tristes de marineros rubios 
todo quedó dormido. 

De balcón a balcón 
oímos la posguerra por la radio,
y lejos, 
bajo las cruces frías de las plazas, 
ancianas sombras negras paseaban 
sosteniendo en las manos 
nuestra supervivencia. 

Esta ciudad es intima, hermosamente obscena, 
y tus manos son pálidas 
latiendo sobre ella 
y tu piel amarilla, quemada en el tabaco, 
que me recuerda ahora 
la luz artificial del alumbrado. 

Vuelvo hacia ti. Mi corazón de búho 
lo reciben sus piernas. 

Corno testigos mudos de la historia
acaricio las cúpulas perdidas, 
palacios en ruina, 
fuentes viejas 
que recogen la luna 
donde van a esconderse los últimos abrazos. 

Verdes en el cansancio 
de todas las esquinas 
esta ciudad me mira con tus ojos de musgo, 
me sorprende tranquila 
de amor y me provoca. 

Amanece 
moradamente un día 
que las calles comparten con la lluvia. 

La soledad respira más allá de las grúas 
y mi cuerpo se extiende 
por una luz en celo que adivina 
los labios de la sierra, 
la ropa por las torres de Granada. 

La madrugada deja 
rastros de oscuridad entre las manos. 

Oigo 
una voz que clarea. Lentamente 
los tejados sonríen cada vez más extensos, 
y así, 
como una ola, 
entre la nube abierta de todos los suburbios, 
esta ciudad se rompe sobre las alamedas, 
bajo los picos últimos 
donde la nieve aguarda 
que suba el mar, que nazca la marea. 

Impertinencias

En la mesa de al lado,
un jardín de señoras en domingo
abonadas al orden del murmullo
y del té con limón,
en un café de invierno por la tarde.

Se quejan de los tiempos, beben, fuman,
discuten sus secretos, asienten con sonrisas...

y de pronto se paran a mirarte.

Despreocupada cuentas
- y en el local tu voz es como el sable
que hiere al enemigo -
una historia de cama con detalles expertos,
una manera de sentir la vida
que penetra y disuelve
la luz de iglesia,
la humillación del frío en las rodillas,
los cajones cerrados y las fotos de boda.

Cierto tipo de gente
sufre de los inviernos en los ojos,
conoce las heladas
que pasan por debajo de una puerta,
una puerta de alcoba,
allí donde la noche siempre tiene
olor de espera inútil,
y después de la espera se aceptan las mentiras,
y después el silencio.

Nada dejan los años en la mesa de al lado,
sino un murmullo que envejece y una sombra
que cruza por los labios como una cicatriz,
un rencor en la piel de la conciencia.

Tu voz es alta y joven,
va vestida de fiesta y cuando se desnuda
hace que el sol de invierno, conmovido,
se detenga un instante para apoyar la frente
sobre los ventanales del café.

Hombre de lunes con secreto

Este lunes de Abril templado y diligente
muy de mañana, sin haber dormido.
Por la cafetería cruza el buitre
de los horarios laborales, 
entre tazas, tostadas y periódicos
se discuten las ultimas noticias,
y el hombre del secreto
se sumerge en el túnel de una nueva semana.
Deshoja el bienestar de su café 
sonríe a quien le mira, se consuela, 
porque tiene un secreto.

Los cuerpos juveniles son presente,
pero nos llega impuesta del pasado
la inocencia arbitraria de sus conversaciones.
El hombre del secreto lo comprende
camino del trabajo,
cuando los estudiantes llenan el autobús
y un tumulto de cuerpos con la cara lavada
se apodera del lunes.
Los ve crecer, observa
como un grito de incógnita en sus ojos,
una inquietud después desvanecida
por usura del tiempo.
Vivir es ir doblando las banderas.

El hombre de los ojos encendidos
se hiere con las rosas académicas,
consigue entre saludos, puñales y cipreses
cruzar el campus universitario,
recorre los pasillos en busca de su aula 
de su clase,
pero tiene un secreto
y el tema diecinueve se convierte
en materia de asombro,
poemas que se escapan de la página,
versos que llegan a la cima
de una mirada en vilo,
alguien que deja los apuntes
y los libros de texto,
para cerrar las manos hasta herirse 
con otra rosa viva
mucho más inclemente,
la rosa de un secreto en el alma de un lunes.

Abre la puerta del despacho
y los libros sonríen como cómplices viejos.
En ellos ha leído lo que siente, 
solo literatura descentrada.
Pero esta vez no,
esta mañana no,
y el hombre del secreto al levantarse 
se miró en el espejo,
y descubrió el enigma
de sus extraños ojos encendidos,
y se dijo que no,
esta vez no.

¿Y la ciudad?.Abierta
de luz, cuerpo tendido,
ha cambiado de piel en la ventana.
Y no será paciencia, ni callejón nocturno,
ni día laborable de tráfico dudoso.
Así que va al teléfono,
busca la tinta azul del numero apuntado 
en el carnet de conducir,
la condición de un lunes
que ya no tiene voluntad de fecha
sino de fruta, de sabor en los labios. 
El hombre del secreto marca y dice:
<<Buenos dias, soy yo, he terminado>>. 

Life vest under your seat

A Dionisio y José Olivio


Señores pasajeros buenas tardes
y Nueva York al fondo todavía,
delicadas las torres de Manhattan
con la luz sumergida de una muchacha triste,
buenas tardes señores pasajeros,
mantendremos en vuelo doce mil pies de altura,
altos como su cuerpo en el pasillo
de la Universidad, una pregunta,
podría repetirme el título del libro,
cumpliendo normas internacionales,
las cuatro ventanillas de emergencia,
pero habrá que cenar, tal vez alguna copa,
casi vivir sin vínculo y sin límites,
modos de ver la noche y estar en los cristales
del alba, regresando,
y muchas otras noches regresando
bajo edificios de temblor acuático,
a una velocidad de novecientos
kilómetros, te dije
que nunca resistí las despedidas,
al aeropuerto no,
prefiero tu recuerdo por mi casa,
apoyado en el piano del Bar Andalucía,
bajo el cielo violeta
de los amaneceres de Manhattam,
igual que dos desnudos en penumbra
con Nueva York al fondo, todavía
al aeropuerto no,
rogamos hagan uso
del cinturón, no fumen
hasta que despeguemos,
cuiden que estén derechos los respaldos,
me tienes que llamar, de sus asientos.

NUESTRA NOCHE

Quisiera perseguir algún poema
que hablase de mis noches, nuestra noche,
la misma noche cálida de rostros conocidos,
en el mismo rincón, ya no hace falta
preguntar lo que bebe cada uno.

Escribir, por ejemplo, puedo cerrar los ojos
y todo sigue igual, abro despacio
la puerta fría de color madera,
intimidad con humo de luz almacenada,
y risas en el fondo,
y una voz que denuncia mi costumbre
de llegar siempre tarde.

Escribir, por ejemplo, son ahora
mucho menos frecuentes estas noches,
y recuerdan inviernos negociados
con renta de amistad,
y tienen algo
de temblor fugitivo.
Las caras han cambiado, saben cosas
y se parecen más a nuestras vidas.

Escribir, por ejemplo, que los ojos,
cuando pasa la noche y en la calle
duele la luz del alba,
tienen otra manera de mirarse,
un modo más avaro de pensar
en los años, los meses, las semanas,
los días y las horas.

Noche eterna, tal vez
será mejor llamarte reincidente.

Completamente viernes

Por detergentes y lavavajillas,
por libros ordenados y escobas en el suelo,
por los cristales limpios, por la mesa
sin papeles, libretas ni bolígrafos,
por los sillones sin periódicos,
quien se acerque a mi casa
puede encontrar un día
completamente viernes.

Como yo me lo encuentro
cuando salgo a la calle
y está la catedral
tomada por el mundo de los vivos
y en el supermercado
junio se hace botella de ginebra,
embutidos y postre,
abanico de luz en el quiosco
de la floristería,
ciudad que se desnuda completamente viernes.

Así mi cuerpo
que se hace memoria de tu cuerpo
y te presiente
en la inquietud de todo lo que toca,
en el mando a distancia de la música,
en el papel de la revista,
en el hielo deshecho
igual que se deshace una mañana
completamente viernes.

Cuando se abre la puerta de la calle,
la nevera adivina lo que supo mi cuerpo
y sugiere otros títulos para este poema:
completamente tú,
mañana de regreso, el buen amor,
la buena compañía.

EL AMOR DIFÍCIL

Quizá tú no me viste,
quizá nadie me viese tan perdido,
tan frío en esta esquina. Pero el viento
pensó que yo era piedra
y quiso con mi cuerpo deshacerse.

Si pudiera encontrarte,
quizá, si te encontrase, yo sabría
explicarme contigo.

Pero bares abiertos y cerrados,
calles de noche y día,
estaciones sin público,
barrios enteros con su gente, luces,
teléfonos, pasillos y esta esquina,
nada saben de ti.

Y cuando el viento quiere destruirse
me busca por la puerta de tu casa.

Yo le repito al viento
que si al fin te encontrase,
que si tú aparecieses, yo sabría
explicarme contigo.

AUNQUE TU NO LO SEPAS

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminado
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Espiada a la sombra de tu horario
o en la noche de un bar por mi sorpresa.
Así he vivido yo,
como la luz del sueño
que no recuerdas cuando te despiertas.