La séptima entrega de la serie dedicada a grandes escritores del género de Terror y Ciencia Ficción, es para este norteamericano que nació en Providence (Rhode Island) el 20 de agosto de 1890. Fue un niño enfermizo y precoz, con padres con graves trastornos psicológicos. De hombre fue tímido y sedentario.
Entre 1908 y 1923 se ganó la vida a duras penas escribiendo ocasionalmente relatos para revistas de poca tirada, como «Weird Tales».
Lovecraft nunca pensó que con el paso del tiempo iba a convertirse en un objeto de culto en casi todo el mundo. Su obra sobrepasó largamente los límites del género popular para el que estaba destinada, el terror, y ya forma parte de la literatura universal.
No le preocupaba tanto producir miedo como explorar ese sentimiento en sus textos. El conocimiento de las zonas oscuras de la mente era el motor principal de su escritura. Construyó así toda una mitología personal, conocida como los Mitos de Cthulhu, que incluía relatos como «La ciudad sin nombre» (1921), «El ceremonial» (1923) o «La llamada de Cthulhu» (1926), en los que postula la existencia de seres extraterrestres que a veces habitan dentro de los mismos seres humanos y tienen el sueño de volver a conquistar el planeta Tierra que alguna vez dominaron.
«Dagón» (1917), «La tumba» (1919), «Herbert West, Reanimador» (1922), «El horror de Dunwich» (1928), El caso de Charles Dexter Ward (1928) o En las montañas de la locura (1931) son otros de sus títulos más populares.
Es importante también citar «El Necronomicón«, mito basado en un rumor inventado por Lovecraft sobre la existencia de un libro maldito realizado por un tal Abduyl Alhazred, que no era más que un seudónimo que el escritor americano utilizó tras quedar prendado de la lectura de «Las mil y una noches».
Murió el15 de marzo de 1937, en el anonimato y la miseria, estando lejos de ser un autor conocido, pero había un círculo que lo consideraba un genio. Con los años, sus libros dejaron de ser un privilegio de los avisados y se transformaron, como los escritos por Poe o Hoffmann, en clásicos de la literatura de terror.
Es durante la noche, sobre todo, cuando la luna es gibosa y menguante, cuando veo al ser. Probé la morfina, pero la droga ha resultado ser tan sólo una solución pasajera y me ha atrapado entre sus garras como esclavo sin esperanza de remisión. Así que voy a acabar con todo, habiendo escrito una relación completa para el conocimiento o la engreída diversión de mis semejantes. A menudo me pregunto si no habrá sido todo una fantasía… un simple monstruo de la fiebre sufrida mientras yacía preso de la insolación y enloquecido en el bote descubierto, tras mi huida del buque de guerra alemán. Eso me digo, pero siempre me viene una espantosa y vívida imagen a modo de respuesta. No puedo pensar en el profundo mar sin estremecerme ante los indescriptibles seres que puede que en este mismo instante estén reptando y removiéndose en sus fondos cenagosos, adorando arcaicos ídolos de piedra y tallando sus propias y detestables imágenes en obeliscos submarinos de rezumante granito. Sueño con el día en que puedan emerger entre el oleaje y sumergir entre sus garras a los restos de una humanidad débil y agotada por la guerra… el día en que la tierra se hunda y el oscuro lecho marino se alce entre el pandemónium universal.
El fin está próximo. Escucho un ruido en la puerta, como si un cuerpo inmenso y resbaladizo se debatiera contra ella. No dará conmigo. Dios, ¡esa mano! ¡La ventana!¡La ventana!
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