ABSURDOS
Fredric Brown
Mr. Weatherwax untaba cuidadosamente de mantequilla su tostada. Su voz era firme:
– Querida, quiero que esto quede bien claro: a partir de ahora no habrá más lecturas embrutecedoras de esas en nuestro apartamento.
– Pero Jasson, yo no lo sabía.
– Comprendido. Pero es de su responsabilidad saber lo que lee tu hijo.
– Lo vigilaré más, Jasson. No le vi traer esta revista. No sabía que estaba ahí.
– Tampoco yo lo sabría si ayer noche no moviera por casualidad un cojín del sofá. La revista estaba disimulada debajo y por supuesto le eché una ojeada.
Las puntas del bigote de Mr. Weatherwax se estremecieron de indignación.
– Nociones ridículas, ideas imposibles. Ciencia ficción ¡Ah! ¡Que bonita es su ciencia!
Apuró un trago de café para calmarse.
– ¡Ridículas vanidades! ¡Que cosas más absurdas! ¡Viajes a otras galaxias gracias a la cuarta dimensión! ¡Máquinas para viajar en el tiempo, teleportación, telekinesia…! ¡Bobadas, nada más que bobadas!
– Querido Jasson – dijo su mujer esta vez con un poco de dureza – Yo te garantizo que a partir de ahora vigilaré las lecturas de Gerard. Tienes toda la razón.
– Gracias, querida – contestó Mr. Weatherwax calmado – La juventud no debería verse envenenada por esas ideas contaminantes.
Miró su reloj, se levantó con prisa, besó a su mujer y salió.
En la puerta del apartamento se dejó deslizar lentamente por el pozo antigravitación y flotó hacia el bajo de los 200 pisos, hasta la calle donde tuvo la suerte de detener inmediatamente un taxi atómico. Dio al chofer-robot los datos del astropuerto lunar. Luego descansó y cerró los ojos para captar el boletín telepático. Esperaba oír las noticias de la cuarta guerra marciana, pero no era más que un informe del Centro de inmortalidad: entonces él sprultó.