Absurdos

ABSURDOS
Fredric Brown

Mr. Weatherwax untaba cuidadosamente de mantequilla su tostada. Su voz era firme:

– Querida, quiero que esto quede bien claro: a partir de ahora no habrá más lecturas embrutecedoras de esas en nuestro apartamento.

– Pero Jasson, yo no lo sabía.

– Comprendido. Pero es de su responsabilidad saber lo que lee tu hijo.

– Lo vigilaré más, Jasson. No le vi traer esta revista. No sabía que estaba ahí.

– Tampoco yo lo sabría si ayer noche no moviera por casualidad un cojín del sofá. La revista estaba disimulada debajo y por supuesto le eché una ojeada.

Las puntas del bigote de Mr. Weatherwax se estremecieron de indignación.

– Nociones ridículas, ideas imposibles. Ciencia ficción ¡Ah! ¡Que bonita es su ciencia!

Apuró un trago de café para calmarse.

– ¡Ridículas vanidades! ¡Que cosas más absurdas! ¡Viajes a otras galaxias gracias a la cuarta dimensión! ¡Máquinas para viajar en el tiempo, teleportación, telekinesia…! ¡Bobadas, nada más que bobadas!

– Querido Jasson – dijo su mujer esta vez con un poco de dureza – Yo te garantizo que a partir de ahora vigilaré las lecturas de Gerard. Tienes toda la razón.

– Gracias, querida – contestó Mr. Weatherwax calmado – La juventud no debería verse envenenada por esas ideas contaminantes.

Miró su reloj, se levantó con prisa, besó a su mujer y salió.

En la puerta del apartamento se dejó deslizar lentamente por el pozo antigravitación y flotó hacia el bajo de los 200 pisos, hasta la calle donde tuvo la suerte de detener inmediatamente un taxi atómico. Dio al chofer-robot los datos del astropuerto lunar. Luego descansó y cerró los ojos para captar el boletín telepático. Esperaba oír las noticias de la cuarta guerra marciana, pero no era más que un informe del Centro de inmortalidad: entonces él sprultó.

La Fortaleza Digital

La Fortaleza DigitalHoy se pone a la venta La Fortaleza Digital, el primer libro en orden de escritura, y cuarto en orden de publicación aquí en España, del escritor estadounidense Dan Brown.
El afamado autor que se dio a conocer con la exitosa obra, El Código Da Vinci, vuelve a plantear una novela repleta de intrigas y misterios.

La sinopsis del libro es la siguiente:

¿Puede existir un código indescifrable? En un mundo en el que la información lo es todo, una simple palabra se convierte en el arma más poderosa. Susan Fletcher, la criptógrafa estrella de la ultrasecreta Agencia de Seguridad Nacional (NSA) no puede dar crédito a sus oídos cuando su jefe, el subdirector de la Agencia, le informa de que han interceptado un código que ni siquiera la mayor supercomputadora conocida puede descifrar. La única pista para romper el letal código parece estar oculta en el cadáver de un hombre que ha fallecido en España, donde ha sido enviado David, el prometido de Susan. Mientras éste intenta hallar la clave y sobrevivir a la persecución de un metódico e implacable asesino a sueldo en las calles de Sevilla, Susan se enfrentará a su propio drama en las instalaciones de máxima seguridad de la NSA, durante una larga noche en la que la mentira y el asesinato acechan tras cada puerta.

Como siempre vendrán innumerables voces críticas en contra de esta obra, al igual que las hay con las anteriores, pero no debemos olvidar que se trata simplemente de una novela de entretenimiento… y eso lo consigue con creces.
Ya la tengo añadida a mi Pila de próximos libros a leer.

El Quijote en mp3

A las distintas utilidades que tienen los reproductores mp3, tan de moda en estos días, como escuchar música, podcast o programas de radio, se une ahora la de poder disfrutar de una de las obras cumbres de la literatura universal.

El Gobierno de Aragón ha publicado a través de su portal de Educación, EducAragon, el libro Don Quijote de la Mancha en formato mp3. La voz que narra las aventuras del hidalgo caballero corresponde al periodista Jesús Brotons, y se puede descargar por capítulos.

Está disponible en la siguiente página.
Sin duda una iniciativa altamente recomendable.

Insomnio

INSOMNIO
Dámaso Alonso

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
en este nicho en que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar
a los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando
como el perro enfurecido, fluyendo como la leche
de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole
por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en
esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las
tristes azucenas letales de tus noches?

Final mítico

Este es uno de esos finales que me maravillan de un genio de la literatura de terror, en su primer cuento.


Es de noche, especialmente cuando la luna se vuelve gibosa y menguante, cuando veo a ese ser. He intentado olvidarlo con la morfina, pero la droga sólo me proporciona una cesación transitoria, y me ha atrapado en sus garras, convirtiéndome irremisiblemente en su esclavo. Así que voy a poner fin a todo esto, ahora que he contado lo ocurrido para información o diversión desdeñosa de mis semejantes. Muchas veces me pregunto si no será una fantasmagoría, un producto de la fiebre que sufrí en el bote a causa de la insolación, cuando escapé del barco de guerra alemán. Me lo pregunto muchas veces; pero siempre se me aparece, en respuesta, una visión monstruosamente vívida. No puedo pensar en las profundidades del mar sin estremecerme ante las espantosas entidades que quizá en este instante se arrastran y se agitan en su lecho fangoso, adorando a sus antiguos ídolos de piedra y esculpiendo sus propias imágenes detestables en obeliscos submarinos de mojado granito. Pienso en el día que emerjan de las olas, y se lleven entre sus garras de vapor humeantes a los endebles restos de una humanidad exhausta por la guerra… en el día en que se hunda la tierra, y emerja el fondo del océano en medio del universal pandemonio.

Se acerca el fin. Oigo ruido en la puerta, como si forcejeara en ella un cuerpo inmenso y resbaladizo. No me encontrará. ¡Dios mío, esa mano! ¡La ventana! ¡La ventana!

Si es capaz de finalizar así su primer relato, imaginen cómo será el resto de su obra…

El Solipsista

EL SOLIPSISTA
Fredric Brown

Walter B. Jehovah, por cuyo nombre no pido excusas desde que realmente fue su nombre, ha sido un solipsista toda la vida. Un solipsista, en el caso de que no conozcas la palabra, es alguien que cree que él es la única cosa que existe realmente, que el resto de la gente y el universo en general existe sólo en su imaginación, y que si él dejara de imaginarlos su existencia acabaría.

Un día Walter B. Jehovah comenzó a practicar el solipsismo. En una semana su mujer se escapó con otro hombre, perdió su trabajo como agente marítimo y se rompió la pierna en la persecución de un gato negro tratando de evitar que se cruzara en su camino.

Decidió, en la cama del hospital, acabar con todo.

Mirando a través de su ventana, hacia las estrellas, deseó que no existieran, y no estuvieron allí nunca más. Entonces él deseó que no existiera ninguna otra persona, y el hospital comenzó a estar demasiado tranquilo incluso para un hospital. Lo siguiente, el mundo, y se encontró suspendido en un vacío. Se libró de su cuerpo, y dio el paso final para tratar de acabar con su propia existencia.

No ocurrió nada.

Extraño, pensó. ¿Puede haber un límite para el solipsismo?

«Sí», dijo una voz.

«¿Quién eres?», preguntó Walter B. Jehovah.

«Soy el único que creó el universo que acabas de aniquilar. Y ahora tú has tomado mi lugar». Hubo un enorme suspiro. «Puedo, finalmente, acabar con mi existencia, encontrar olvido, y dejarte tomar posesión».

«Pero, ¿cómo puedo dejar de existir? Eso es lo que estoy intentando hacer».

«Sí, lo sé», dijo la voz. «Debes hacerlo del mismo modo que yo lo hice. Crea un universo. Espera hasta que alguien en él crea realmente lo que tú creíste y trate de dejar de existir. Entonces te puedes retirar y dejarle tomar posesión. Adiós.»

Y la voz se fue.

Walter B. Jehovah estaba sólo en el vacío, y era la única cosa que podía hacer.

Creó el cielo y la tierra.

Tardó siete días.