Ante la avalancha de anticipadas felicitaciones de Navidad, no tengo más remedio que expresarme en los siguientes términos:
Navidad, o cuando todos los días son domingo. Calles llenas de luces, salvo aquellas donde nunca hay una luz, ni siquiera de día. Gentes llevando bolsas a todas horas, mañana, tarde, y noche. Bares en los que no cabe ni un borracho que a última hora quiera ahogar sus penas. Directores de centros comerciales cuyos rostros reflejan un eterno orgasmo. Oídos inmunizados contra los mismos villancicos, creados al principio de los tiempos, mientras se pone cara de gilipollas. Cenas familiares para comer y beber hasta reventar, mientras discutes con tus cuñados, tíos, o el fontanero que ha invitado tu mujer. Consolarse con tener salud cuando no te toca el gordo, ni el niño, ni la vecina bizca del cuarto. Días donde hay que mentalizarse para ilusionarse, pensando que enero y su cuesta están a la vuelta de la esquina y el nuevo mandamás barbudo es aficionado a las tijeras. Corazones que echan infinitamente de menos a los que ya no están, o que sí están, pero no quieren estar…
Si después de todo esto, has llegado a fin de año, aún puedes tener suerte y atragantarte con 12 uvas que te zampas como un descosido, masticando pepitas, mientras Ramón García con una capa o Carmen Sevilla equivocándose, anuncian unas campanadas, que cual cencerro de un borrego, desatan millones felicitaciones para celebrar que mañana será otro día, con las mismas miserias, tristezas, ahogos, penas y deseos de que te quieran.
Feliz Navidad para los lectores (o lector, siendo optimista) de mi blog.