ÚLTIMO LIBRO LEÍDO: “LA TIERRA ERRANTE“ de Cixin Liu.
“El sol se está muriendo, y la Tierra, consumida por los últimos suspiros de esta estrella, también desaparecerá. Pero la humanidad, en lugar de abandonar el planeta, construye doce mil grandiosos motores de fusión para desorbitar la Tierra y propulsarla hacia Próxima Centauri en un viaje que durará siglos…”
Se trata de la primera antología de relatos de Cixin Liu, el aclamado autor de “El problema de los tres cuerpos”, best seller que ya he leído y reseñado aquí, galardonado con el premio Hugo a la mejor novela que cautivó a Barack Obama, Mark Zuckerberg y George R. R. Martin.
Cinco de las diez historias que incluye este libro recibieron el premio Galaxy chino. Y entre todas ellas brilla “La Tierra errante”, relato cuya adaptación al cine se ha convertido en la primera película nacional de ciencia ficción china de gran presupuesto, capaz de batir récords de taquilla y llegar a más de treinta países gracias a Netflix.
Con una profundidad y una maestría propias de los grandes genios, las historias de Cixin Liu llevan al lector al borde del tiempo y del universo, pero sobre todo muestran los intentos de la humanidad por sobrevivir en un cosmos desolado.
Para mí ha sido un magnífico descubrimiento, con historias geniales dotadas de gran originalidad. Sin duda volveré a leer a este autor.
Muy recomendable para los amantes de la ciencia ficción.
Fragmentos
“Mi casa estaba en medio de un prado, rodeada de verde y a la orilla de un pequeño riachuelo que se perdía en la frondosidad de las montañas. Desde dentro oíamos a los pájaros trinar y el chapoteo de los peces al saltar; de vez en cuando también se veía algún que otro ciervo acercarse tranquilamente a la orilla para beber. Lo que más me gustaba eran las formas que el viento dibujaba en la hierba.
Pero nada de eso nos pertenecía. Vivíamos aislados del mundo exterior. Nuestra casa tenía puertas y ventanas selladas y no se podían abrir. Para salir teníamos que pasar por una cabina de transición como la de las naves espaciales. De hecho, ahora que lo digo, la casa entera era bastante parecida a una nave espacial, pero con la diferencia de que el entorno hostil no estaba en el exterior, ¡sino en el interior! Solo podíamos respirar el aire enrarecido del circuito de ventilación interno, beber agua reciclada diez millones de veces y comer intragable bazofia hecha con nuestros propios excrementos. Y todo con la inmensa y fértil exuberancia de la naturaleza al otro lado del cristal.
La rara vez que salíamos, teníamos que vestirnos casi como astronautas, ir equipados con comida y agua e incluso llevar nuestras propias reservas de oxígeno porque el aire del exterior no nos pertenecía, pues era propiedad del último capitalista.”
…
“Nunca he visto la noche. Nunca he visto las estrellas. Tampoco he visto la primavera ni el otoño ni el invierno. Nací a finales de la Era de la Frenada, justo cuando la Tierra dejó de girar. Detener su rotación había costado cuarenta y dos años, tres más de lo previsto por la Coalición. Mi madre me contó el último atardecer que vio a nuestra familia: el Sol descendió muy despacio, como si se hubiese quedado clavado en el horizonte. Tardó tres días y tres noches en desaparecer (a partir de entonces, claro está, dejaron de existir los días y las noches propiamente dichos). El hemisferio este quedó así sumido en un perpetuo atardecer que duraría mucho tiempo, algo más de una década, con el Sol detrás mismo del horizonte iluminando la mitad del cielo. Justo entonces, durante aquel interminable crepúsculo, nací yo.”
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