Otra Navidad

Ante la avalancha de anticipadas felicitaciones de Navidad, no tengo más remedio que expresarme en los siguientes términos:

Navidad, o cuando todos los días son domingo. Calles llenas de luces, salvo aquellas donde nunca hay una luz, ni siquiera de día. Gentes llevando bolsas a todas horas, mañana, tarde, y noche. Bares en los que no cabe ni un borracho que a última hora quiera ahogar sus penas. Directores de centros comerciales cuyos rostros reflejan un eterno orgasmo. Oídos inmunizados contra los mismos villancicos, creados al principio de los tiempos, mientras se pone cara de gilipollas. Cenas familiares para comer y beber hasta reventar, mientras discutes con tus cuñados, tíos, o el fontanero que ha invitado tu mujer. Consolarse con tener salud cuando no te toca el gordo, ni el niño, ni la vecina bizca del cuarto. Días donde hay que mentalizarse para ilusionarse, pensando que enero y su cuesta están a la vuelta de la esquina y el nuevo mandamás barbudo es aficionado a las tijeras. Corazones que echan infinitamente de menos a los que ya no están, o que sí están, pero no quieren estar…

Si después de todo esto, has llegado a fin de año, aún puedes tener suerte y atragantarte con 12 uvas que te zampas como un descosido, masticando pepitas, mientras Ramón García con una capa o Carmen Sevilla equivocándose, anuncian unas campanadas, que cual cencerro de un borrego, desatan millones felicitaciones para celebrar que mañana será otro día, con las mismas miserias, tristezas, ahogos, penas y deseos de que te quieran.

Feliz Navidad para los lectores (o lector, siendo optimista) de mi blog.

Oscura Soledad

«Subí a mi habitación. Salí a por una botella de vino. Cuando regresé, cerré la puerta, me desnudé y me dispuse a gozar de mi primera noche en una cama desde hacía días. Me metí en la cama, abrí la botella, doblé la almohada y me la ajusté bajo la espalda, respiré con ganas y me quedé sentado en la oscuridad mirando por la ventana. Era la primera vez que me había quedado solo en cinco días. Yo era un hombre que me alimentaba de soledad; sin ella era como cualquier otro hombre privado de agua y comida. Cada día sin soledad me debilitaba. No me enorgullecía de mi soledad, pero dependía de ella. La oscuridad de la habitación era fortificante para mí como lo era la luz del sol para otros hombres. Tomé un trago de vino.
De repente la habitación se llenó de luz. Hubo un traqueteo y un rugido. Un puente del metro pasaba a la altura de mi habitación. Un convoy se había parado allí. Observé un manojo de caras neoyorquinas que me observaban. El tren arrancó y se alejó. Volvió la oscuridad. Entonces la habitación volvió a llenarse de luz. De nuevo contemplé los rostros escalofriantes. Era como una visión del infierno repetida una y otra vez. Cada nueva vagonada de rostros era más horrible, demente y cruel que la anterior. Me bebí el vino.
Continuó: «oscuridad, luego luz; luz, luego oscuridad. Acabé con el vino y fui a por más. Volví, me desvestí y me metí en la cama. La llegada y partida de caras siguió una y otra vez. Me pareció como si estuviese sufriendo una alucinación. Estaba siendo visitado por cientos de demonios que ni el Diablo mismo podría aguantar. Bebí más vino.»

Charles Bukowski (Factotum)