Adelante

Después de todo lo que ves, todo ese dolor, todas las cosas que no entiendes ni entenderás, toda esa ignorancia, toda esa injusticia, todo ese mundo podrido a merced de lobos, todas esas eternas nubes de tormenta que preceden al huracán, todas esas vidas pisoteadas…

Tienes que mantener el sentido del humor, tienes que ser capaz de reírte por dentro, de seguir ilusionado, mantener intacta tu alma revestida por una coraza indestructible, de no perder tu fe en ti, ni perder tu camino….

Este es el verdadero reto, esta es la verdadera felicidad. Nadie dijo que fuera fácil.
Adelante…

Mientras

Sólo dejaré de expresarme cuando llegue el fin,
cuando mi cuerpo sólo sea un contenedor y mi alma me haya abandonado.

Ni la más cruel de las derrotas podrá con mis palabras.
Ni el dolor reinando en la desesperación nublará mis ideas.

La última esperanza sólo sucumbirá cubierta de tierra,
mientras en el aire aún perdure el eco encadenado de mil te quieros.

Ni la pérdida más desgarradora logrará condenarme al silencio.
Ni tu ausencia infinita impedirá que en cada uno de mis parpadeos te vea.

Aunque jamás tu mirada se vuelva a cruzar con la mía, te miraré al mirar a cualquier parte.
Aunque no tengamos ya nada que decirnos, nunca dirán que mi voz dormía.

Uno de mis relatos en la radio

El día 24 de febrero, el programa de radio La Rosa de los Vientos, de Onda Cero, uno de los de más audiciencia de la radio española, emitió una dramatización de mi relato «Triste Alegría«.

Para mí es un gran orgullo, ya que hace unos 10 años que sigo este programa semanalmente, desde los tiempos en que lo presentaba el maestro Juan Antonio Cebrián, y ahora con Bruno Cardeñosa.

Os dejo 2 enlaces para escuchar el relato:

1) Desde la web de Onda Cero (dándole al icono de Play, que aparece debajo de la foto):
http://www.ondacero.es/audios-online/la-rosa-de-los-vientos/microrrelatos/microrrelato-triste-alegria_2014022300029.html

2) Para descargarlo o escucharlo en vuestros dispositivos desde mi cuenta de Dropbox:
http://goo.gl/2NRMuC

A ver qué os parece.

Os recuerdo que os podéis informar sobre como comprar o descargar mi libro gratis, con este y más relatos y poemas en la siguiente dirección:

https://josemarg.com/wp/?page_id=1602

Me atreví a quererte

Me atreví a quererte, sin buscar quererte.
Sin pretenderlo.
Por sorpresa, sorprendiéndome a mi mismo.

Como un trapecista sin red, que en cada salto baila con la tragedia.
Sin importarme si tus manos estaban ahí para agarrarme,
o si nunca lo estuvieron y siempre estuve solo allí arriba.

Eso es lo que duele. No el golpe.
La incertidumbre de sentir, que aunque estabas ahí, yo seguía estando solo.
A mil kilómetros de tu silencio, solamente el muro infranqueable de tus miedos.
Siempre confiado a la red protectora de tu sonrisa.

Con el frío suelo como único e inevitable destino.
Precipitándome cada vez más y más rápido.
Sin bajar la vista.
No aceptando el final.
Buscando apoyos que se fueron.
Con la sorpresa del que no comprende nada y no puede hacer nada.

Lo que duele es la caída. No el golpe.
Me atreví a quererte…
…sin buscar quererte.

Ni una gota

Se pasó toda la semana esperando que lloviera. Mirando el cielo de forma compulsiva. Densos nubarrones negros iban y venían. En la televisión pronosticaban tormentas devastadoras. Las numerosas aplicaciones que había descargado en su teléfono móvil, y que consultaba compulsivamente, daban agua y más agua.

Ni una gota.

Necesitaba que lloviera. Que el agua lo barriera todo. Que limpiara cada rincón de su alma. Que no dejase nada en pie. Riadas sin fin. Granizo salvador. Relámpagos iluminando su oscuridad. Zambullirse para siempre entre borrascas, truenos y charcos.

Cada noche, combatía su decepción emborrachándose, y asistiendo en primera fila a la sucesión de infinitos fantasmas. El lunes mezcló whisky con el recuerdo que aún tenía de su sonrisa. El martes cervezas con la calidez de sus besos. El miércoles fue ron con el brillo infinito de sus ojos. El jueves echó mano del vodka con sus incontables te quiero. El viernes no era consciente de lo que bebió, pero lo acompañó del sonido mágico de su voz. Alcohol y más alcohol. Un día más y otro, eternamente el mismo.

Cada mañana, después de dormir unas pocas horas, y con una resaca que le clavaba mil alfileres en su cerebro, sólo podía arrastrarse a través de las sábanas, para mirar por una rendija de su ventana. Esperando la lluvia. Implorando la lluvia.

Ni una gota.

El domingo a media tarde encontraron su coche volcado en una cuneta. Enterrado en barro, cubierto de ramas. Dentro hallaron su cuerpo. En su cara una dulce sonrisa, y sus pulmones, anegados de agua de lluvia.

Aquella semana no llovió.
Ni una gota.

Triste alegría

Una vez más, al igual que todas las soleadas tardes de aquella anticipada primavera, aceleré mis pasos hacía la zona central del parque contiguo a mi casa, justo cuando acababan de dar las 6.

Un poco de ejercicio y respirar naturaleza eran la alternativa perfecta para mitigar los dolores de cabeza de los últimos días. La realidad era otra. Quería volver a verla. Necesitaba verla. Se había convertido en algo tan necesario como el aire que ahora aspiraba entrecortadamente, presa de la celeridad de mis pasos.

Acababa de cruzar el último grupo de setos, cuando, sentada en uno de los bancos que franqueaban la gran fuente central, mis ojos me regalaron el milagro de volver a verla.

Allí estaba, leyendo un libro, mientras vigilaba de reojo a una rubia niñita que probablemente sería su hija.

Utilicé uno de los bancos cercanos, con la excusa de hacer unos cuantos estiramientos que relajaran mis músculos tras la carrera, pero con la mirada fija en ella. No podía dejar de mirarla. De maravillarme ante cada uno de sus gestos. De sentirme el más feliz de los hombres ante tanta belleza. De rogarle a Dios que aquel momento no acabara nunca.

No recuerdo cuanto tiempo estuve allí, ni cuantas tardes había ido a verla, pero aquella tarde sucedió. Ella me miró. Se fijó en mi existencia. Por primera vez. Intente volver a salir corriendo, pero algo me paralizaba. Ella se levantó, y con una gran sonrisa, se dirigió directa hacia mí. No podía creer lo que estaba sucediendo. Mi cuerpo temblaba como si fuera un adolescente. Sin duda se dirigía hacia mí, aceleradamente, inevitablemente, todo iba a suceder, lo quisiera o no.

Al llegar frente a mí, se abalanzó efusivamente y me rodeó con sus brazos, al tiempo que me regalaba un cálido beso en los labios. Los relojes se detuvieron. Mis barreras cayeron. La besé como si fuera el único beso que podría darle en la vida. Como si toda mi existencia estuviera destinada a aquel instante.

Cuando terminó, se me quedó mirando, con una expresión de infinita ternura, pero que pronto se tornó en preocupación, al contemplar mi rostro estupefacto. Quiso hablarme, pero de su boca apenas pudo brotar sonido alguno, mientras, señalaba con un dedo el bolsillo de mi pantalón deportivo.

Todo ocurrió como si la realidad empezara a desvanecerse en mi mente. Metí una mano en el bolsillo, como el que sabe que su vida está a punto de cambiar para siempre, y comprobé que dentro había una nota escrita con mi letra. Era breve. Comencé a leerla. Cuando terminé, mi mundo se había resquebrajado, al tiempo que una lágrima de triste alegría resbalaba por mi rostro.

Sólo decía: «Es tu mujer, tienes los primeros brotes de Alzheimer».

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Puedes escuchar este cuento en formato audio, narrado por la voz de Trini Megías, en la siguiente dirección:

https://dl.dropboxusercontent.com/u/13364719/tristealegria.mp3

Miéntete

En el momento en que por su mente cruzó, rápida e inesperada como un relámpago, la primera mentira, el principio del fin estaba sellado.

Convertir esa mentira en palabras, supuso para ella un devastador ejercicio de culpabilidad, que hizo desmoronarse en su interior todos los principios que creía sagrados.
A esta mentira le siguieron otras, y descubrió que cada vez le dolían menos. Se estaba volviendo inmune al dolor que a él le causaría. Descubrió que disfrutaba con el engaño y el conflicto.

El dolor, no sería su dolor. Eso era lo único que importaba. Ella estaría muy por encima de la pena. Sería como un bombardero que soltaría su carga atómica, y volaría lejos, sin mirar atrás, sin preguntarse por los daños infringidos, sin leer prensa, sin ver la televisión. Bloqueo absoluto, victoria asegurada solamente a sus ojos. Eso era lo importante.

Todo sucedió rápido y como lo había planeado. Lo vio derrumbarse como nunca lo había visto. Se sorprendió sentirse fría y distante, incapaz de mirarlo a los ojos para no contagiarse de su dolor. En un instante todo terminó. Tanto, convertido en nada. El para siempre, en un recuerdo a olvidar. Con el tiempo hasta dudaría que lo amó. Tal vez nunca lo amó.

Ahora sólo quedaba la tarea más fácil. Engañarse a si misma cada día, cada minuto, cada pensamiento. Con ello conseguiría que las pesadillas, lo único que no podía manipular, acabaran siendo sus aliadas. Lo que opinara el mundo le daba igual.

Ahora podía por fin ser feliz. Al menos, eso era lo que ella creía…